viernes, 18 de enero de 2013

Muertes curiosas en la literatura

Siempre, la muerte de un escritor, traspasa fronteras y se recuerda por mucho tiempo. Aún hoy, la muerte de Ernest Hemingway, descerrajándose un tiro en la boca, nos pone los pelos de punta aunque haya pasado tantos años de aquel suicidio del escritor estadounidense.
Las muertes más insólitas que han ocurrido a lo largo de la literatura se ven reflejadas en las que voy a nombrar a continuación.
Tennesse Williams tuvo una de las muertes más absurdas de las que se recuerda. Al dramaturgo lo encontraron muerto en el Hotel Elysse de Nueva York a la edad de 71 años. Perdió la vida al atragantarse con el tapón de un tubito de medicamentos, al parecer después de una borrachera. Fue un busca de unos barbitúricos y al querer abrir el bote con la boca se tragó el tapón por accidente y se asfixió.
El autor ruso Nikolái Gólgol tampoco se queda atrás. A lo largo de toda su vida estuvo obsesionado con la muerte y le aterrorizaba enormemente con la idea de ser enterrado con vida. Durante los últimos diez años de su vida, nunca durmió acostado, por miedo a que pensaran que había fallecido. En una carta a un amigo suyo le pidió que sólo lo enterraran cuando su cuerpo mostrase signos evidentes de descomposición.
Al final de su vida, su estado mental estaba bastante deteriorado. Cayó en una depresión aguda y la noche del 24 de febrero de 1852 quemó algunos de sus manuscritos (entre ellos la segunda parte de "Almas muertas"). Pocos días después, dejó de comer y falleció al cabo de nueve días de ayuno.
El ruso Sergey Yesenin, uno de los mejores poetas rusos del siglo pasado, realizó un poema curioso, el más recordado en la historia de la literatura, porque fue una despedida y lo escribió con la sangre de su propia muñeca, justo antes de colgarse de las tuberías del techo de su habitación. El joven Yesenin era alcohólico y tenía diversos problemas mentales. Se casó en cuatro ocasiones a pesar de su edad, ya que se suicidó a los 30 años . Su peculiar muerte llegó a convertirlo en todo un mito literario.
Sherwood Anderson, autor de relatos estadounidense, empezó a quejarse durante un crucero hacia Sudamérica, de fuertes dolores en el abdomen y que al cabo de unos días se complicaron hasta convertirse en una peritonitis que le diagnosticaron en un hospital de Panamá. Tras su muerte, le hicieron la autopsia y descubrieron que se había tragado un palillo de dientes, bien de un martini o de algún canapé que tomó en el crucero, y que le había desencadenado el incidente que lo llevó a la tumba.
En su epitafio se puede leer: "La vida, no la muerte, es la gran Aventura".
Si bien su vida fue muy agitada, su muerte fue de lo más absurda.

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