Mucho antes de publicar sus cuentos: "La Sirenita", "El Patito Feo" o "La Pequeña Cerillera", el escritor danés Hans Christian Andersen escribió a los dieciocho años la historia de una vela que no hallaba su lugar en el mundo, hasta que una caja de cerillas acude a su rescate, iluminándola y dándole sentido a su existencia.
Este relato corto ha estado inédito durante más de dos siglos hasta que se ha podido encontrar en los archivos familiares.
Un hallazgo que ha sido calificado de sensacional en su patria natal, y creo que también a todos los que crecimos con los cuentos de Andersen.
Disfruten de su lectura.
LA VELA DE SEBO
Hervía
y bullía mientras el fuego llameaba bajo de la olla, era la cuna de
la vela de sebo, y de aquella cálida cuna brotó la vela entera,
esbelta, de una sola pieza y un blanco deslumbrante, con una forma
que hizo que todos quienes la veían pensaran que prometía un futuro
luminoso y deslumbrante; y que esas promesas que todos veían,
habrían de mantenerse y realizarse.
La
oveja, una preciosa ovejita, era la madre de la vela, y el crisol era
su padre. De su madre había heredado el cuerpo, deslumbrantemente
blanco, y una vaga idea de la vida; y de su padre había recibido el
ansia de ardiente fuego que atravesaría médula y hueso… y
fulguraría en la vida.
Sí,
así nació y creció cuando con las mayores, más luminosas
expectativas, así se lanzó a la vida. Allí encontró a otras
muchas criaturas extrañas, a las que se juntó; pues quería conocer
la vida y hallar tal vez, al mismo tiempo, el lugar donde más a
gusto pudiera sentirse. Pero su confianza en el mundo era excesiva;
este solo se preocupaba por sí mismo, nada en absoluto por la vela
de sebo; pues era incapaz de comprender para qué podía servir, por
eso intentó usarla en provecho propio y cogió la vela de forma
equivocada, los negros dedos llenaron de manchas cada vez mayores el
límpido color de la inocencia, que al poco desapareció por completo
y quedó totalmente cubierto por la suciedad del mundo que la
rodeaba, había estado en un contacto demasiado estrecho con ella,
mucho más cercano de lo que podía aguantar la vela, que no sabía
distinguir lo limpio de lo sucio… pero en su interior seguía
siendo inocente y pura.
Vieron
entonces sus falsos amigos que no podían llegar hasta su interior, y
furiosos tiraron la vela como un trasto inútil.
Y
la negra cáscara externa no dejaba entrar a los buenos, que tenían
miedo de ensuciarse con el negro color, temían llenarse de manchas
también ellos… de modo que no se acercaban.
La
vela de sebo estaba ahora sola y abandonada, no sabía qué hacer. Se
veía rechazada por los buenos y descubría también que no era más
que un objeto destinado a hacer el mal, se sintió inmensamente
desdichada porque no había dedicado su vida a nada provechoso, que
incluso, tal vez, había manchado de negro lo mejor que había en
torno suyo, y no conseguía entender por qué ni para qué había
sido creada, por qué tenía que vivir en la tierra, quizá
destruyéndose a sí misma y a otros.
Más
y más, cada vez más profundamente reflexionó, pero cuanto más
pensaba, tanto mayor era su desánimo, pues a fin de cuentas no
conseguía encontrar nada bueno, ningún sentido auténtico en su
existencia, ni lograba distinguir la misión que se le había
encomendado al nacer. Era como si su negra cubierta hubiera velado
también sus ojos.
Mas
apareció entonces una llamita: un mechero; este conocía a la vela
de sebo mejor que ella misma; porque el mechero veía con toda
claridad -a través incluso de la cáscara externa- y en el interior
vio que era buena; por eso se aproximó a ella, y luminosas
esperanzas se despertaron en la vela; se encendió y su corazón se
derritió.
La
llama relució como una alegre antorcha de esponsales, todo estaba
iluminado y claro a su alrededor, e iluminó al camino para quienes
la llevaban, sus verdaderos amigos… que felices buscaban ahora la
verdad ayudados por el resplandor de la vela.
Pero
también el cuerpo tenía fuerza suficiente para alimentar y dar vida
al llameante fuego. Gota a gota, semillas de una nueva vida caían
por todas partes, descendiendo en gotas por el tronco cubierto con
sus miembros: suciedad del pasado.
No
eran solamente producto físico, también espiritual de los
esponsales.
Y
la vela de sebo encontró su lugar en la vida, y supo que era una
auténtica vela que lució largo tiempo para alegría de ella misma y
de las demás criaturas.
HANS CHRISTIAN ANDERSEN
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